Después de varios días forzándome a escribir una despedida institucional sin éxito, este fin de semana, justo en el que se realizaba la Asamblea General de Colegiadas de COPTOCAM, en el que se volvían a anunciar medidas de confinamiento selectivo, a un mes escaso de la celebración de las elecciones a la Junta de Gobierno, caía en mis manos “El último símbolo”. Un documental en el que Fernando Torres empieza reconociendo que cuando uno anuncia que se va de un lugar, es que ya se hace tiempo que se ha ido; para continuar diciendo que no solemos imaginar cómo serán nuestros finales.
Efectivamente, nos proyectamos en el futuro visualizando lo que queremos hacer, llevándolo a cabo e incluso consiguiéndolo, pero no solemos pensar cómo serán nuestras despedidas, en qué términos y bajo qué circunstancias diremos adiós a proyectos en los que llevamos implicados muchos años. Quizá por eso cueste tanto echarse a un lado o encontrar las palabras adecuadas para transmitir lo que uno siente o piensa en el adiós; pues pesa la presión de saber que son las últimas y que, como tales, deben ser elegidas con precisión quirúrgica, pues en el futuro no se dispondrá del altavoz que ahora se tiene, ni de la audiencia, ni de la legitimidad y la auctoritas que, en teoría, proporcionan los votos o los cargos.
En mi defensa diré que este 2020 era inimaginable. Que nada podía prepararnos para el dolor, el aislamiento, la presión laboral, la incertidumbre, la constante sensación del tiempo y los abrazos robados y los planes truncados, lo que incrementa la sensación agridulce de salir sin haber podido hacer todo lo que a uno le hubiera gustado, y despidiéndose, en el mejor de los casos, desde el salón de casa y frente a la pantalla del ordenador.
Quienes me conocen, saben que llevo muchos años, casi desde el principio de mi relación con la terapia ocupacional como estudiante, involucrado en los movimientos organizativos de la profesión. He vivido, colaborado, compartido y disfrutado muchos de los llamados “momentos históricos” de la terapia ocupacional en los últimos 15 años. Ha sido, sin duda, la mejor manera de crecer y madurar en la disciplina, de conocer sus particularidades, sus luces y sus sobras, de entender que la única manera de hacer que se desarrolle de un modo firme y sostenible es priorizando lo colectivo frente a los proyectos individuales, los personalismos o frente a quienes quieren hacer la terapia ocupacional “por libre”. Pero tanto tiempo, parte de él en la primerísima línea, también tiene sus daños colaterales y uno no puede dejar de pensar, en estos últimos años con mayor insistencia si cabe, en la cantidad de compañeras valiosas que hemos “perdido” para lo colectivo, desgastadas en conseguir mejorar nuestra estructura profesional.
Creo que no somos conscientes de la inmensa deuda que las Administraciones tienen con la terapia ocupacional, no solo por los años de retraso en la constitución de nuestros Colegios Profesionales y Consejo General, sino por la generación de terapeutas ocupacionales que se ha quemado por el camino en la construcción de esos cimientos. Una generación compuesta por profesionales de la antigua y las nuevas escuelas, con memoria histórica de nuestros fracasos y nuestros logros, una combinación idónea de “viejas” y “jóvenes” que se cuidaban y que eran capaces de invertir el mismo tiempo en reuniones en grandes salas, que en cenas y cañas en bares, lo que compensaba, de algún modo, los fines de semana sacrificados; y cuyas historias están todavía por escribir.
Yo pertenezco a esa generación, me identifico con sus valores y los echo de menos; y tal y como transmití a la Asamblea, cuando uno siente que su motivación cambian significativamente, es el momento de echarse a un lado y dar pie a quienes con más fuerza puedan afrontar los proyectos que vienen, sin miedo y sin echarse sobre las espaldas la responsabilidad de lo que pasará con la institución o si habrá o no candidatas que quieran asumir el desafío personal que supone la presidencia de un Colegio Profesional. Cargar con la mochila de “lo que va a pasar cuando no esté” es una manera de infantilizar al colectivo, de coartarle parte de su derecho a decidir como único responsable del crecimiento o el abandono de nuestras organizaciones, y es el primer paso, en lo individual, para perder el norte y pervertir el objeto de nuestra posición y el tiempo que se nos ha dado, porque las instituciones no son nuestras criaturas. No quiero eso para mí ni para COPTOCAM, en realidad no lo quiero para ninguna organización de terapia ocupacional autonómica, estatal o internacional.
Por eso, lo más honesto y justo es pasar a ser uno más. Un compañero cuya experiencia concreta siempre estará al servicio del bien común de la profesión y que aportará, a su crecimiento, quizá desde otros espacios u otros proyectos a realizar en lo que me quede de ejercicio. Más libre para poder opinar de lo que acontezca en la terapia ocupacional, sin estar sometido a la presión de que su nombre se vincule a un cargo o unas siglas. Aprender a ocuparme en ese nuevo papel es lo que me apetece hacer ahora.
Dicho lo cual, sería tremendamente injusto, despedirme de esta etapa de mi vida sin dar las gracias a todas las personas que me han acompañado. Siempre he dicho que uno no puede embarcarse en un proyecto de semejante magnitud si no cuenta con un equipo capaz de sostener la ingente cantidad de trabajo que conlleva y la enorme carga emocional que en ocasiones toca soportar. Yo he tenido la suerte, desde que afrontase la última etapa de APTOCAM a esta primera legislatura de COPTOCAM (7 años), de estar acompañado de personas trabajadoras, honestas y críticas, que han sabido suplir, todas y cada una de mis limitaciones, que no son pocas:
Miguel A. Escudero
Fuensanta García
Yolanda Hernández
Nieves Tapiador
Laura Fernández
Rubén Serrano
Ainhoa Timón
Patricia Ruíz Martín
Sonia de Lama
Francisco Javier Belchí
María Vaquero
Tatyana Plaza
Irene Terrón
Jaime Bernal
Nadia Blanco
Sara Merino
Elena de la Cruz
Elena López
Andrea Antomás
Sergio Martínez
Ana Casado
Diana Castillo
Sara Chulvi
José María Calavia
Alicia Chicharro
Sara Pascual
María Cabrera
Jessica Serrano
José Humanes
Javier Martín del Olmo
Todas y todos los miembros de los Comités Consultivos, colaboradoras/es, voluntarias/os, entidades, y compañeras/os de otros colegios profesionales.
Y muy especialmente, Mariajo García, como referente de un compromiso con la terapia ocupacional que no se puede medir y con el que la historia de la profesión en la Comunidad de Madrid y en el conjunto del territorio del estado tiene una deuda que en algún momento hará que saldar. Y Verónica Muñoz, que ha sido la mejor compañera que he podido tener para liderar este proyecto, sin cuya disposición al trabajo, iniciativa, visión estratégica y capacidad para cuidar a las personas hubiera sido imposible alcanzar lo alcanzado. El mérito de lo que ha podido cambiar la situación de la terapia ocupacional y sus profesionales, gracias a las organizaciones que les han representado en la Comunidad de Madrid desde 2014 hasta hoy, debe atribuirse al conjunto de estas personas, a su dedicación, esfuerzo y solidaridad.
Por último, os agradezco que me permitáis la licencia de hacer un último reclamo muy claro y directo: más respeto hacia la terapia ocupacional.
Y lo hago primero en clave interna (porque, como se suele decir, si uno no se respeta difícilmente lo harán los demás), pidiendo a las terapeutas ocupacionales, por más que pueda resultar impopular, ese primer paso hacia una mayor dosis de consideración y dignidad hacia la disciplina. Entendida como conciencia de colectivo y valoración de lo común, como solidaridad y cuidado hacia quienes en el futuro trabajarán desinteresadamente en COPTOCAM, como interés por la vida colegial y participación en ella al mismo nivel que una lo hace en aquellos asuntos que considera esenciales para su vida. Siento decirlo, pero si pretendemos articular nuestras relaciones con COPTOCAM en base a la prestación de servicios obtenidos por la cuota que abonamos, entonces nos sobra un Colegio y nos faltan muchas empresas: de formación (para que nos den cursos), de asesoría legal (para que respondan a mis consultas), de prospección laboral (para que me busquen ofertas de empleo), de merchandising (para que a final de año me den un regalo original), de detectives privados (para que investiguen los casos de intrusismo) o de bibliotecarios (para me busquen las referencias que necesito), etc. Nunca he creído que ese sea el fin de una Asociación o un Colegio Profesional, ni pienso que sea el motivo por el que tantas personas han invertido un tiempo importante de su vida en su creación, y por eso quizá merezca la pena una profunda y meditada reflexión al respecto de la relación que estamos construyendo, desde el inicio, con nuestras instituciones.
Por supuesto, también pido respeto en clave externa, a las administraciones y poderes públicos, a quienes debemos reclamar con insistencia, medidas de apoyo positivas par suplir las desigualdades que en materia de reconocimiento laboral y social y en cuanto a oportunidades profesionales y de investigación, arrastra nuestra disciplina, fruto de una desatención histórica y de un modelo socio-sanitario construido de forma asimétrica, donde las principales perjudicadas de nuestra precaria situación o de nuestra directa ausencia, no somos las terapeutas ocupacionales, sino las personas que podrían potencialmente beneficiarse de nuestras intervenciones. Avanzar hacia una terapia ocupacional universal, gratuita y pública, equiparada en puestos de trabajo y oportunidades de crecimiento a otras disciplinas análogas a la nuestra, no es defender la concesión de privilegios, es corregir la inequidad y avanzar hacia un modelo de abordaje de la recuperación y mantenimiento de la salud realmente deseable, efectivo y eficiente, donde la ocupación significativa tenga el protagonismo que se merece.
Compañeras, compañeros, ha sido un placer y un verdadero honor gozar de vuestra confianza durante todo este tiempo. Nos seguiremos viendo y escuchando, espero que por muchos años, en las próximas Asambleas, no faltéis.
Un fuerte abrazo
Dani Emeric
Terapeuta Ocupacional
Nº Col. CAM0014
Carta: El adiós como deber institucional